A veces te imagino, querida. Imagino qué habría sido de los dos si primero me hubiera querido yo. Mi herida, supongo, debió ser primero. Las tuyas, tuyas. Ni te curo, ni me curas y, sin curarnos el uno al otro, curados los dos. Así debió ser. Debió, como todo en la vida. Pero no es un reproche, no. Querida, esa es una palabra de abuelito y apenas cuarto de siglo tengo. Y no es por lo que represente, no se trata de si te quiero o no. En todo caso, aclaro, no te quiero. Te amo. Y porque te amo te dije adiós. No porque esté lejos es que se acabó el amor. No teníamos caso ya los dos. ¡Cuántos no! En fin, me causó gracia lo de querida, porque la expresión correcta debió ser amada. “Ya déjate de pavadas, ché, acaso ¿tengo que preparar un mate para que vayás al grano”, me dice mi alter ego, se cree argentino y yo, más rolo que la expresión “veci”. Ha de ser por leer a Cortázar y recitar tanto a Girondo, por usar la ‘10’ de Messi al jugar futbol, sin tilde, así suena mejor. Tú sabes, yo y mis delirios de escritor, de futbolista, de pintor, hasta de malabarista, cuando camino sobre los bordes, del andén, de la vida, del barranco. Lo sé, lo sé, por chistoso me rompí el tendón, el de Aquiles. ¿Recuerdas? No estabas. Tendido en una trocha lloré de dolor. Retomo. A veces te imagino y llego a una conclusión: sin miedos, heridas, vacíos, menjurje de locos, sí que nos jodimos, bueno la pasamos, no hubiéramos sido lo que fuimos, no me preguntes qué, solo fuimos, como este monólogo que pudo ser carta, pero no.